• Sonido que se oye, luz que se ve. La frecuencia de vibración se mide en herzios (Hz). Los sonidos entre 16 Hz y 20.000 Hz son audibles por el oído humano. El espectro de luz visible va de los 384 hasta 789 THz (billones de herzios).
• La Ley de la Octava, descubierta por G.I. Gurdjieff, permite establecer una correspondencia matemática entre los sonidos y los colores. Los espectros de sonido y luz están separados por 40 octavas. Si tenemos un sonido (la nota la, por ejemplo, que vibra a 440 Hz) y se realizan octavaciones sucesivas se obtiene el color amarillo anaranjado. De esta manera a cada uno de los 12 tonos básicos se le asigna un color.
En todos los lugares y
tiempos, los sanadores y los sacerdotes han utilizado el sonido para provocar
efectos positivos en los oyentes. Los chamanes de Mongolia, las mujeres xhosa
de Sudáfrica o los lamas del Tíbet han desarrollado técnicas de canto para que
el sonido resuene en las cavidades craneales y del resto del cuerpo, de manera
que los armónicos se amplifiquen. El resultado es un sonido complejo y
poderoso. Es imposible no estremecerse ante el “canto de la voz grave” de los
monjes tibetanos. Su objetivo es que cada frecuencia vibratoria actúe sobre un
aspecto del ser humano: los tonos fundamentales bajos sobre el cuerpo físico, y
los armónicos, sobre la mente. Ciertos instrumentos, como el didjeridú
australiano, el monocordio, los cuencos tibetanos, el gong o la tampura india,
se tocan con los mismos fines.
Las grandes tradiciones avalan la
utilización del sonido. En la literatura védica, el sonido es el aspecto más
importante de la curación, más que cualquier otra cosa. La vibración da forma a
la materia. Om es un mantra (instrumento de la mente) y
hace referencia al sonido primordial que dio lugar al universo. Se pronuncia en
todos los rituales y se espera un efecto benefactor.
En lenguaje científico
occidental, cada cosa, incluidos los órganos del cuerpo, poseen una frecuencia
de vibración, es decir un sonido propio. Teóricamente el sonido podría
utilizarse terapéuticamente cuando el órgano pierde su tono peculiar debido a
un trastorno. El medio de acción es bien conocido: la resonancia o “contagio”
de la vibración, como puede comprobarse, por ejemplo, con dos diapasones:
cuando se golpea uno, haciéndolo vibrar y sonar, el otro, sin ser tocado, también
suena.
Cuencos tibetanos
Una de las terapias
tradicionales de sonido más conocidas es la de los cuencos tibetanos. Al
hacerlos sonar mediante un mortero emiten sonidos de frecuencia baja que
modifican la actividad eléctrica del cerebro. Estudios realizados en la Escuela
Superior Técnica de Posen (Alemania), muestran que, bajo su efecto, el cerebro
adquiere un patrón de funcionamiento similar al del sueño, obteniéndose como
resultado una relajación profunda. Según el terapeuta Peter Hess, “la calma
mental permite al subconsciente admitir nueva información y ordenarla; de esta
manera se superan bloqueos y miedos, y se movilizan las fuerzas autocurativas”.
Las indicaciones más frecuentes de la terapia con cuencos son el estrés, los
dolores de cabeza y espalda, las alteraciones del sueño y los trastornos de los
órganos digestivos.
Los tonos que salen de
un cuenco dependen de su forma, tamaño y material. Los más pesados y grandes
alcanzan los 1,5 kg y diámetros de 25 cm. Los de más calidad están compuestos
de mezclas de hasta doce metales a los que se atribuyen tradicionalmente
propiedades salutíferas. Al golpear o rozar los cuencos con una especie de
mazos de mortero forrados con distintos materiales, como cuero, goma o tela, se
obtienen timbres diferentes. Los sonidos pueden durar varios minutos y resultan
envolventes: parecen ir de un oído a otro o venir desde diferentes direcciones.
En la terapia, se utilizan varios cuencos que se colocan rodeando al paciente y
se hacen sonar uno a uno y luego todos juntos. Incluso es posible colocar los
cuencos directamente sobre la persona para realizar un “masaje de
sonido”.
El músico y terapeuta
Pius Vögel ha creado una terapia moderna de sonido. Después de años de
investigación personal y con sus pacientes, asegura que ha conseguido
determinar el efecto de cada una de las notas sobre el estado de ánimo y la
salud. Así, por ejemplo, el tono de frecuencia 136,10 Hz tiene acción
tranquilizante y equilibrante. En cambio el tono de 194,18 Hz resulta
dinamizante y fortalecedor. Además Vögel ha asignado a cada órgano un sonido
concreto. Pero lo más curioso es cómo encuentra Vögel cuál es el sonido que le
hace falta a su paciente: analiza informáticamente su voz y busca las
deficiencias. El experto en análisis de voz Heinz-Udo Vitz asegura que en la
sociedad actual el exceso de estímulos es la causa más frecuente de
alteraciones en la voz y en consecuencia en la salud, como alergias,
nerviosismo e hipersensibilidad.
Las teorías de Vögel y
Vitz están en los márgenes de la ciencia. La corriente principal sólo reconoce
por el momento los efectos sobre el sistema nervioso. Para la musicoterapia
oficial existen dos tipos principales de música en relación con sus efectos:
por una parte, la música sedante, que es de naturaleza melódica y se
caracteriza por tener ritmo regular, dinámica predecible y consonancia
armónica, y por otra parte, la música estimulante, que induce a la acción y
dispara las emociones.
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