miércoles, 13 de abril de 2016

REFLEXIÓN

Un simple ejercicio en ciencias sociales me ha llevado a una reflexión profunda sobre la educación en valores que los padres están transmitiendo a sus hijos.
La construcción de un árbol genealógico hizo que se dispararan todas mis alarmas, como maestra, pedagoga y sobre todo, como ser humano consciente.
De veinticinco alumnos, más de la mitad no pudo rellenar los huecos del  nombre o bien del padre, o bien de alguno de sus abuelos.
No saber el nombre de quien hizo posible que existan, hace, a mi entender, que pierdan la perspectiva de su vida, y no saber quienes fueron sus abuelos, hace que no encuentren la ubicación en su sistema familiar.
Las respuestas fueron del tipo de:
"No se el nombre de mi padre, se quedó en nuestro país y mi madre no se acuerda, y el padre de mi padre, o sea mi abuelo, se suicidó, se colgó de una cuerda, ante los ojos de mi padre, fue tal vergüenza que jamás hablaron de aquel acontecimiento"
"Mi madre ha decidido en mi nombre, no llenar la parte del árbol de mi padre, no le importa"
"Mi padre no quiere saber el nombre de su padre, cuando era niño le pegaba..."
Y los hay que tienen el tremendo lío de los padrastros o madrastras de turno, pues fluctúan de unas semanas a otras.
"¿Dónde coloco a mis hermanastros? Porque no son hermanos (lo tienen claro), son los otros"
Y al ver los árboles genealógicos que iban surgiendo compruebo, a través de la mirada de un niño de 8 años cómo se encuentra la sociedad, pues no hay más importante en la vida que honrar a nuestros mayores, por lo que fueron, por lo que hicieron y por lo que seremos todos en un futuro inmediato, y si no se cuida desde esa mirada de gratitud, tengo que decir en mayúsculas que nuestra sociedad está ENFERMA.

Lo más importante de todo esto es que, cuando reaccioné ante tanto sufrimiento, y haciendo acopio de todas mis armas de ser humano que ama a los niños,  les dije que pensaran por un momento en que sus abuelos, de jóvenes se quisieron mucho y en un acto de puro amor tuvieron a sus padres, y que a su vez, sus padres en otro acto de verdadero amor les tuvieron a ellos, que eran los niños más maravillosos del mundo, que necesitaban crecer como niños, rodeados de su tribu, cuidados, reconocidos y queridos. Niños equilibrados que puedan razonar y discernir, pensar y querer tener sus propias decisiones.

Aquí lanzo mi pensamiento positivo para que las familias puedan ver en perspectiva cómo han de vivir sus vidas con plenitud.
Y yo, desde mi posición de maestra, pedagoga y adulta, simplemente sostener sus sueños, amarles como son y llevarles hacia la adolescencia con felicidad y armonía.

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