martes, 19 de agosto de 2014

HABLEMOS DE NEPAL

Ya desde el cielo sentí que algo no encajaba con todo lo que me habían relatado sobre Nepal. Lugar de encuentro de alpinistas, hippies, budistas, santones, y turistas con encanto.
El choque cultural llegó muy rápido, tanto que no supe encajar bien aquel aterrizaje forzoso hacia una realidad de la que nadie me habló.
Un mundo de ruido, ruido ensordecedor tomado por  bocinas de unas motos suicidas que se llevan por delante todo lo que encuentran con tal de llegar a su destino rápidamente.
Taxis alocados subiéndose por las aceras, personas de a pie intentando cruzar avenidas imposibles a golpe de paciencia y tesón, y un no se qué en el ambiente que me desquició el primer día.
Tengo que decir que el yec lack tuvo mucho que ver y las horas metidas en aeropuertos y aviones  nos llegó a desequilibrar, y no hablemos de los controles aduaneros, no he sido jamás tan revisada, cacheada y mirada al milímetro como en estos días. Debe de ser que tengo pinta de conspiradora o de terrorista española.





Al llegar al sitio más emblemático, la plaza Durbar patrimonio de la humanidad, la cosa tampoco cambió mucho, gentio, vendedores ambulantes acechándote, calor sofocante de un Monzón menguado, templos rebosantes de actividad con ofrendas esparcidas de aquí para allá, haciendo la vida más agradable a los perros vagabundos, cientos de ellos mendigando por calles sin asfaltar llenas de suciedad y amargura.
Regateo incesante para no sentir que estás siendo timada a cada instante, desde la recepción del hotel hasta el comprador de mapas o el funcionario de los tikets.
Después llegó Bhutan y pudimos relajar nuestra mente y entrar en otra dimensión. Nos preparamos para los restantes días en este país de locos.

Con Buda mirándonos a todas horas, y una mezcla de hinduismo y budismo que no supimos descifrar dónde comenzaba uno y terminaba  otro, nos adentramos en su mundo, un mundo de olores, colores, calor asfixiante, ruidos, y belleza. Por fin vi el estado de gracia de un país al que visitan muchas personas del mundo.
Y desde mi silla, ahora, desde el calor de mi hogar, de mi casa, reconsidero mi primera postura inicial. Nepal te cambia. Te cambia para bien. Reconsideras tu privilegiada vida y te prometes no protestar cuando el vecino haga obras y te despierte un domingo a las 8 de la mañana; cuando te quedas sin ir a un espectáculo por problemas de aforo; cuando sientes ira al querer pasear y no tener acera por las obras;  cuando los sitios se llenan de gente y el ruido te perturba; cuando ves la televisión y quisieras insultar al gobernante de turno.
Sí, todo queda relegado después de ver cómo se vive y sobre todo cómo se respira en Nepal. Hay tanta polución que llevan mascarillas la mayoría de los nepalíes,  el dinero no les llega apenas para comer, tanto trabajo para cobrar una miseria, y...sin embargo, no vi estrés y no recibí una mala cara,  una mala contestación, diría que son felices y resignados con la vida que tienen, y eso, es de envidiar.
Nosotros nos pasamos media vida pidiendo subidas de sueldo, un coche mejor, pagar rápido la hipoteca para meterme en otra, viajar a la playa junto con otros con el sólo placer de ver la sombrilla ondear a media hasta en un lugar hasta la bandera, llevar a los niños al mejor colegio privadísimo para que no se mezclen con inmigrantes, darle el mejor teléfono a la mujer y el capricho al niño, aunque las notas hayan sido de pena.
Sí, Nepal te transforma, pero no hace falta ir tan lejos para darnos cuenta que nuestro materialismo hace mucho que dejó de funcionar, y que una sonrisa, abrazo o beso no cuestan dinero y quien lo practica es merecedor de la felicidad más absoluta.
Mi corazón ha recibido muchos mensajes. Espero obtener resultados dentro de unos meses y ver que verdaderamente, yo quiero cambiar y soy merecedora del mejor recuerdo de un país que cambia tu visión de la vida.






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